Saturday, January 28, 2006

El efecto Mariposa (una historia en torno a un cuadro de Guillermo Pérez Villalta)


Conoceréis la historia sobre el vuelo de la mariposa... esa de que un movimiento de las alas del animal puede cambiar la historia del mundo. Pues bien, ella se había basado en todo aquello para dar aquel paso.
Conocía a aquel pintor desde su adolescencia, había visto sus dos exposiciones antológicas y se había imaginado como iba progresando la obra de aquel hombre que ahora rozaba la temida edad que nos separa de la madurez y nos acerca irremediablemente a la muerte. Sus vidas tenían ciertos paralelismos, ambos habían nacido muy al sur, allí donde el Levante vuelve locas a las personas y enfurruña a los niños. Los dos tenían algo que ver con la ciencia de Vitrubio, más por amor que por dedicación. Los dos temían escapar del mundo.
Unas semanas antes, con sus ahorros, aquellos que le quedaban tras despedirla de su anterior trabajo, y tras convencer a su marido para que aquel cuadro entrara en su casa -su marido... como pasaba el tiempo- habían decidido comprarlo. Era pequeño, del tamaño de una carpeta y en él se representaba un nido con tres huevos flanqueado en primer plano por dos árboles. Por detrás, en sus correspondientes tonos azules-distancia, se asomaba como espiando un paisaje enigmático, una montaña-fantasma sobrevolada por pájaros.
Volviendo a lo de la mariposa y sus alas... Resultó que su librera, que le había escuchado hablar a menudo del artista le dijo que a la vuelta, a pocos metros de su lugar de trabajo el pintor barbado acababa de celebrar una exposición.
Cuando ella llegó ya no había ya nada, todo estaba desmontado, las paredes vacías por lo que se había llevado una gran desilusión. Más por salir de aquel mal trago, perdida como se encontraba en aquella galería minimalista, más por justificar su presencia, inquirió al encargado allí presente.
- Se acabó señorita, precisamente el día de ayer. Una lástima, la exposición ha sido un éxito -comentó aquel chicho trajeado.- Pero... quedan dos cuadros por vender, dos cuadros que se reservaron pero que no se compraron. Dos cuadros que podría enseñarle...
Días más tarde colocó el cuadro en lo alto de una de sus estanterías, y para que no se cayera se inventó un pequeño artilugio hecho con cinta adhesiva y una goma de borrar. Pero... cosas del destino, resultó que aquel "Paisaje con nido" no estaba firmado, había sido el único olvidado por el pintor. Así que la galería pidió a aquel artista, un poco grueso y despistado, al amigo de Dionisos, que tenía su estudio en el sur que se pasara a firmarlo.
Una noche, ya tarde, a ella le pareció cruzárselo por la acera mientras caminaba por un conocido barrio donde se concentraban muchas galerías. Sorprendida se detuvo de golpe y siguió sus pasos. El hombre que vestía de una manera informal, con unos colores chocantes caminaba con prisa. Se detuvo en un escaparate de una tienda de muebles de diseño, su mirada recorrió como en una ese todos los objetos color de plata que allí se exhibían y rápidamente volvío a reanudar la marcha.
Una mañaba la llamaron. La ocasión estaba servida, aquel hombre se presentaría en la galería y ella tenía que hacer algo, algo, y penso en lo de la mariposa. Bajó corriendo de nuevo a la librería y encontró uno de sus libros favoritos, uno sobre la catedral de Florencia, sobre el genio de Brunelleschi. Lo compró, le puso una dedicatoria y nerviosa volvió a la galería. Era un regalo para aquel artista que tanto la cautivava, era el aleteo de la mariposa y ahora sólo quedaba esperar a que girara el mundo.

Saturday, January 21, 2006

Creo recordar


Decidí pasar aquella tarde viendo cuadros. Bajando las escaleras tenías desde los primitivos italianos hasta el retrato de Giacometti... que más se puede pedir... pero había pocas horas...
Cuando estaba en la librería se acercó a mí una chica muy uniformada que me instó a abandonar la tienda. Nos cerraron a cal y canto, nos echaron a todos, parecíamos gallinas guiadas fuera del corral. Sólo los guardas y algúna que otra mujer de la limpieza se quedarían allí, a disfrutar del Greco, de Renoir, de Gaugin, de Feininger, de Dalí, y sobre todo de aquel magnífico Ribera, aquella Virgen, aquel Cristo muerto...
Luego a la vuelta era de noche y la tortuosa ciudad se me echó encima. Llovió durante todo el camino. Tenía todavía aquel resfriado, aquel alquitran dentro de mi nariz, el autobús no llegaba y la vorágine de almas con caras de perro me acosaba por todas partes.
Creo recordar que aquella misma noche acabé uno de los cuadros que más me gustan, aquel de la chica que lleva un vestido azul y tiene los brazos levantados.